
Casi nunca se escriben textos desechando al amor, aborreciéndolo o despreciándolo hasta el tedio. Todos son textos sobre el anhelo al amante, el dolor por la pérdida, el deseo incumplido o la felicidad de poder disfrutar de los besos del prójimo.
Yo creía ser una romántica, pero últimamente soy más parecida al modelo clásico de hombre que huye del compromiso tras el primer beso y que sólo busca un poco de calor y placer... si se tercia, claro, quizás enamorarse. Aquel mismo tipo de hombre que ves, en las películas cómicas, manteniendo una relación que inicialmente prometía libertad pero que finalmente acaba hastiado con la típica mujer del modelo femenino-dependiente con frases como: "llámame", "¿con quién has estado hoy?", "no no, si yo no te estoy echando la culpa" (¡puff!).
No me gusta el modelo de la pareja estable y tradicional, con sus besos de hola/adiós, sus cenas insípidas y la cita para ir a ver una película los viernes por la noche. Cumplir meses y regalar bobadas con los nombres y la fecha, y, después, el polvo del fin de semana. No soporto prever nada, saber anticipar la próxima discusión por cualquier bobada y tener que planear la semana entera para rendir el número correcto de horas en la pareja. No me gusta tampoco ser ahora una de esas parejas.
Creo que soy un bicho raro, uno de esos que no se pueden cazar porque se mueren aprisionados. Todos queremos que nos quieran, yo no soy menos, pero quizás lo que no soporto es que me posean. Soy demasiado sáfica: mucha Afrodita y poca Hera.