Un suave resplandor de abría paso
hasta mis ojos. Tras tanto tiempo ciega, tanto tiempo muerta, las palabras
parece que brotan de Dios sabe dónde; aletargadas por miedo, cautas por si
acaso. No tardé mucho en llorar, en abrir los ojos, en desgarrar mi cuerpo,
quemar los objetos, quemar mi cama. Borrar todo lo que pudiera hacerme recordar, incluido
el café, el parque, su casa, la ropa y las películas. En matarme. Y despertar
del sueño para darme cuenta que tan solo había estado escribiendo.
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